Ante la reunión de ministros de Defensa de la OTAN que está previsto se celebre en Sevilla los días 8 y 9 de febrero, nos sentimos en la obligación de recordar a la ciudadanía lo que significa hoy la Alianza Atlántica. La lamentable e interesada pervivencia de ésta responde ante todo al propósito de perfilar un poderoso instrumento militar siempre al servicio de los intereses de las grandes potencias occidentales y, con ellas, de las empresas transnacionales que estas últimas han perfilado. En tal sentido, la OTAN es el brazo militar de la globalización capitalista y se engarza a la perfección en un formidable aparato de rapiña y represión en el que se dan cita también instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
En los últimos quince años, la consolidación de la OTAN ha tenido consecuencias nefastas en todos los ámbitos. Así, la Alianza Atlántica
- ha pervivido como instrumento central de despliegue de la lógica imperial que abraza Estados Unidos, como obstáculo decisivo para que la Unión Europea busque otros horizontes y como estímulo indisimulado para que, al amparo de la propia UE, se asiente el proyecto de una Europa fortaleza;
- ha desarrollado activas operaciones de injerencia y agresión, como lo testimonian hoy en día los ejemplos de Afganistán y, bien que con la OTAN en papel secundario, el propio Iraq. Tales operaciones nunca se han encaminado a defender, como a menudo se ha sugerido al calor del mito del intervencionismo autodenominado humanitario, los derechos humanos, sino, antes bien, a imponer la férula occidental en espacios muy codiciados. De manera llamativa, y por citar un ejemplo entre muchos, no consta que en momento alguno la OTAN haya movido su formidable maquinaria para garantizar los derechos inalienables del pueblo palestino;
- ha asumido un progresivo ensanchamiento de sus áreas geográficas de operación, con el evidente objetivo de ganar terreno en regiones geoestratégica y geoeconómicamente vitales entre las cuales despunta, naturalmente, el Oriente Próximo. En tal sentido, la OTAN no ha dudado en apuntalar las posiciones correspondientes al principal aliado occidental, el Estado de Israel, en ese espacio geográfico;
- ha acometido también interesadas ampliaciones en la Europa central y oriental, guiadas por el designio de mejorar la posición propia y de arrinconar, con toda evidencia, a eventuales rivales;
- ha configurado un estímulo poderosísimo para el crecimiento del gasto militar, para el freno en las conversaciones de control de armamentos y para el asentamiento de fórmulas que, en muchos países, ninguna relación guardan ni con la democracia ni con los derechos humanos;
- de la mano de los acuerdos que adoptó en 1999 —en virtud de los cuales la OTAN señaló que en adelante sus acciones militares no tendrían por qué vincularse con resoluciones específicas del Consejo de Seguridad—, ha contribuido significativamente, en fin, al descrédito del sistema de Naciones Unidas.
Por todo lo anterior, sobran las razones para exigir que el Estado español abandone la Alianza Atlántica y que su gobierno proceda a denunciar los convenios de defensa hispano-norteamericanos y demande el desmantelamiento de las bases de utilización conjunta, como sobran los motivos para reclamar la inmediata disolución de la OTAN y, con ella, el final de las guerras de agresión por esta última acometidas al servicio de la globalización capitalista.
En los últimos quince años, la consolidación de la OTAN ha tenido consecuencias nefastas en todos los ámbitos. Así, la Alianza Atlántica
- ha pervivido como instrumento central de despliegue de la lógica imperial que abraza Estados Unidos, como obstáculo decisivo para que la Unión Europea busque otros horizontes y como estímulo indisimulado para que, al amparo de la propia UE, se asiente el proyecto de una Europa fortaleza;
- ha desarrollado activas operaciones de injerencia y agresión, como lo testimonian hoy en día los ejemplos de Afganistán y, bien que con la OTAN en papel secundario, el propio Iraq. Tales operaciones nunca se han encaminado a defender, como a menudo se ha sugerido al calor del mito del intervencionismo autodenominado humanitario, los derechos humanos, sino, antes bien, a imponer la férula occidental en espacios muy codiciados. De manera llamativa, y por citar un ejemplo entre muchos, no consta que en momento alguno la OTAN haya movido su formidable maquinaria para garantizar los derechos inalienables del pueblo palestino;
- ha asumido un progresivo ensanchamiento de sus áreas geográficas de operación, con el evidente objetivo de ganar terreno en regiones geoestratégica y geoeconómicamente vitales entre las cuales despunta, naturalmente, el Oriente Próximo. En tal sentido, la OTAN no ha dudado en apuntalar las posiciones correspondientes al principal aliado occidental, el Estado de Israel, en ese espacio geográfico;
- ha acometido también interesadas ampliaciones en la Europa central y oriental, guiadas por el designio de mejorar la posición propia y de arrinconar, con toda evidencia, a eventuales rivales;
- ha configurado un estímulo poderosísimo para el crecimiento del gasto militar, para el freno en las conversaciones de control de armamentos y para el asentamiento de fórmulas que, en muchos países, ninguna relación guardan ni con la democracia ni con los derechos humanos;
- de la mano de los acuerdos que adoptó en 1999 —en virtud de los cuales la OTAN señaló que en adelante sus acciones militares no tendrían por qué vincularse con resoluciones específicas del Consejo de Seguridad—, ha contribuido significativamente, en fin, al descrédito del sistema de Naciones Unidas.
Por todo lo anterior, sobran las razones para exigir que el Estado español abandone la Alianza Atlántica y que su gobierno proceda a denunciar los convenios de defensa hispano-norteamericanos y demande el desmantelamiento de las bases de utilización conjunta, como sobran los motivos para reclamar la inmediata disolución de la OTAN y, con ella, el final de las guerras de agresión por esta última acometidas al servicio de la globalización capitalista.
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